En Puerto Vallarta, junto al mar, llegó la Catrina, con su andar singular.
Entre palmeras y olas del Pacífico, susurraba historias con aire magnífico.
La Muerte en el malecón paseaba, y con los turistas charlaba.
«¡Qué bello rincón es este lugar!», decía encantada, queriendo bailar.
En los mercados, colores brillaban, y los sabores, a todos atrapaban.
El pescado y el ceviche le ofrecieron, y con tequila, la recibieron.
La Catrina prometió regresar, a este paraíso donde el sol brilla sin cesar.
Porque en Puerto Vallarta, la vida y la muerte, se encuentran de manera sorprendente.