En el puerto de Veracruz, bajo el cielo azul, la Catrina llegó bailando, con su traje de tul.
Entre danzones y marimbas, la Muerte se paró, en la plaza principal, un fandango armó.
Las olas del mar susurraban con fervor, «Bienvenida, Catrina, con todo tu esplendor».
Los jarochos alegres, con sonrisas y gozo, la invitaron a un son jarocho, con sabor sabroso.
La Catrina encantada, con un huapango en sus pies, disfrutó de las palmeras y del atardecer después.
Entre tamales y atoles, Veracruz festejaba, la vida y la muerte, la cultura celebraba.
Y así la Catrina prometió volver, a este rincón jarocho que la vio nacer.
Porque en Veracruz, la vida es un carnaval, donde hasta la Muerte, baila sin igual.